¿A quién no de pequeño le han obligado a realizar una actividad, con el título de “Juego” y luego esa actividad no ha sido lo divertida que se esperaba?
Un juego no se puede imponer, sino más bien PROPONER para que los alumnos, en su mayoría, den su opinión sobre si de verdad quieren jugar a ese juego o no.
Si el maestro plantea un juego, debe hacerlo con el fin de que aprendan algo de una forma lúdica, pero si para los niños no es una actividad lúdica, entonces no es un juego.
Está claro que si se pretende enseñar unos determinados contenidos, no vale cualquier juego, pero tampoco hay que elegir uno e imponerlo. Con eso sólo se consigue complicar más las cosas, que ese aprendizaje no se realice correctamente y hacer pasar un mal rato a los alumnos.
Hay que fijarse mucho en las reacciones de los niños y así saber que cosas les gusta hacer y que cosas les gustan menos para que la hora de plantear una actividad sea verdaderamente lúdica para todos, para el maestro, pero sobre todo para los alumnos que son quienes van a realizarla.

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